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Elogio a las librerías 2018

Leer es viajar, viajar es vivir

LEER ES VIAJAR, VIAJAR ES VIVIR
Cuando me propusieron que hiciera el elogio de las librerías de este año, me sorprendió y, a decir verdad, la idea me hizo sonreír de felicidad. ¡Se pueden decir tantas cosas buenas de las librerías y de los libros! ¡Es tan fácil hablar bien de ellos! Sin embargo, luego recordé las palabras de Rilke, el escritor alemán, cuando le aconsejaba a un joven poeta evitar los asuntos demasiado explotados por la tradición, temas como el amor (o, en este caso, los libros y a las librerías) porque, según él, hablando sobre ellos era muy complicado ser original. Afortunadamente, a medida que reflexionaba y tomaba notas, me di cuenta que la vida me había dado la oportunidad de disfrutar de las librerías desde tres puntos de vista diferentes: como cliente, como librero y como autor. ¿Qué más se podía pedir para hablar con fundamento?


Creo que si estamos hoy aquí reunidos es porque compartimos la idea de que una librería es más, mucho más, que eso que dice la Real Academia, ya saben, de Tienda donde se venden libros. Para mí, una librería es un lugar donde un día entré y que, quién me lo iba a decir, me cambió la vida… Sí, sí, como lo escuchan. Me cambió la vida. Porque a mí no me gustaba leer y ahora, ya ven, soy poeta, profesor de Lengua castellana y literatura y para colmo, estoy aquí haciendo este elogio. Si eso no es cambiarle a uno la vida…

Seguro que entre el público habrá alguien que no se lo crea (y lo entiendo porque es difícil de creer). Pero lo explicaré: en mi casa no había libros. Bueno, sí: los siete
volúmenes de una enciclopedia de salud familiar. Además, en el colegio nos hacían leer obligatoriamente en voz alta determinadas obras y a mí, como no sabía leer (ni en voz
alta ni en voz baja), me parecía una tortura. Un día, sin embargo, cuando yo tenía 10 años, llegó mi madre a casa diciendo que se había apuntado a no sé qué revista y que podíamos elegir los títulos que quisiéramos de unas páginas de colores que había puesto sobre la mesa de la cocina porque ella nos compraría los libros que quisiéramos. Al abrir el catálogo, vimos que junto a cada portada había un resumen. Era como un menú, donde uno podía probar el plato antes de pedirlo. Y nosotros pedimos. Pedimos, más que por hambre o por curiosidad, por tener contenta a mi madre y que nos dejara salir a la calle, que era lo que en realidad nos interesaba. Y así anduvimos hasta que, poco a poco, empezó a gustarnos eso de quedarnos dentro de casa y leer. Por eso, estoy de acuerdo con Lorca cuando dijo allá en 1931, en el discurso de inauguración de la biblioteca de su pueblo, Fuente Vaqueros, que si él tuviera hambre, pediría no un pan, sino medio pan y un libro. El día en que yo, un niño de pueblo de una familia humilde, descubrí qué era eso de leer por placer, mis sentidos se abrieron a una nueva vida, distinta y más rica, como les pasa a los recién nacidos cuando de pronto respiran aire por primera vez.

Con el tiempo, he tenido la oportunidad de disfrutar de librerías de distintos tipos en diversos países pero todas me han hecho afirmarme en la misma idea: la de que estos espacios no son solo lugares donde comprar libros. Y, lo que es tal vez más importante, la certeza de que un librero es mucho más que un vendedor de libros. Si leer es viajar, el librero es una especie de agente de viajes. Y no solo. Como les comenté antes, he trabajado en varias librerías, por eso, si me lo permiten, quisiera compartir con ustedes algunas ideas sobre la entrega, los conocimientos y la paciencia de quienes dedican su vida a ese oficio.

¿Qué podría decir de su entrega? Mientras estudiaba las oposiciones, quise buscar empleo. Había terminado filología y, como me gustaba leer, pensé que vender libros no podía ser demasiado difícil. Al oír la palabra librería, seguramente a muchos de ustedes se les vendrá a la cabeza una imagen más bien idealizada, algo así como un sitio donde leer o hablar de libros, un espacio donde se puede ir a comprar una novela como quien compra flores o bombones. El lector no suele pensar en su librería habitual como un comercio que haya que limpiar y ordenar, ni en el librero como alguien que se levanta temprano y que se acuesta tarde dándole vueltas a cómo hacer rentable su empresa. Y eso es porque cuando los miramos todo lo que vemos son sonrisas, buenas palabras y buenas maneras. El librero es un bailarín que debe sonreír mientras se esfuerza por conseguir que todo sea del gusto del público. 

¿Qué decir de sus conocimientos? Cuando nos acercamos a una librería, en el diálogo con quien nos atiende, a veces surgen múltiples opciones y uno tiene la impresión de que los libreros sabe de todo (o de casi todo) para ayudarnos a decidir. Pero sus conocimientos no surgen de la nada. Son el fruto del trabajo atento, con las puertas abiertas y cerradas, y del amor por lo que hace. Si quiere que su negocio siga adelante, debe conseguir que su oferta conecte con el público y que este se sienta en la tienda como en su propia casa, estando al día de las novedades para poder dar la mejor atención posible. En este sentido, todavía recuerdo aquella sensación de angustia y nerviosismo que tenía las primeras semanas que trabajé en una librería. Cada vez que llegaba alguien, me sentía (y perdónenme la metáfora), como el que aguarda a puerta gayola. Esperaba al cliente como el torero al toro y esperaba burlarle (en el buen sentido) y que no descubriera que yo, de librero, no tenía más el puesto de trabajo. Fue gracias al tiempo y a la conversación con los compañeros y los lectores como fui, poco a poco, aprendiendo a ser un librero medianamente digno de ese nombre. Empezábamos hablando de Pío Baroja y acabábamos hablando de música o pilates. Viendo lo que aprendí de botánica, cocina o incluso Historia en solo tres años, ¿qué no sabrán los que se dedican a este oficio toda su vida?

¿Y qué decir de su paciencia? Una navidad estuve trabajando en una librería que tenía una sección de infantil llena de artículos maravillosos y, por algún motivo que no recuerdo, una tarde me quedé como único dependiente cuando, de repente, empezaron a llegar más y más personas. Y, mientras atendía, vi que al fondo de la librería que algunos niños se habían puesto a jugar en la sección infantil y se lo estaban pasando genial desordenándolo todo. Cuando tuve la oportunidad, me acerqué e intenté colocar lo que pude, pero mientras yo iba ordenando una parte, despacio y con mucho trabajo, los niños iban desordenando la otra rápidamente y sin apenas esfuerzo. Y los padres, como siempre, al lado y sin prestarles atención. Y cuando por fin se fueron esos niños, ya cansados, llegaron otros para sustituirlos. Solo más tarde comprendí el porqué de todo aquello: sus padres los habían llevado allí para que se lo pasaran bien. Porque los niños que disfrutan de los libros, con los años, serán después adultos que también disfrutarán de los libros. Yo, por entonces, como no tenía experiencia, no lo sabía. Pero esa era una realidad que los buenos libreros saben de sobra y, por eso, cuando ordenan la sección infantil, siempre lo hacen sonriendo.

Quisiera poner algún ejemplo concreto de las muchas librerías de la provincia de Huelva, grandes y pequeñas, que forman el tejido que da vida al libro y que, a su vez,vive de él. Entidades donde se organizan con ilusión, esfuerzo y amor por la cultura tanto presentaciones como actividades con cuentacuentos y talleres y que sirven de lugar de encuentro y dinamización de su zona de influencia. Podría citar aquí a alguna de las librerías con solera de la capital (como Saltés, Siglo XXI, Welba o Guillermo) o incluso de las recién llegadas (como Dorian, Odiel o La dama culta). Pero como nací y me crie en un pueblo, quiero recordar la labor de dos de las ubicadas en municipios más pequeños:por un lado, La taberna del libro de Moguer y, de otro, esta en la que ahora estamos, la librería La parada de Punta Umbría La Taberna del libro está haciendo un importantísimo papel como motor cultural en Moguer y su influencia se hace notar incluso lejos de su localidad. Desde hace años, José Manuel Alfaro está moviendo y sacando a la luz, con la pasión de un río alegre, a una larga lista de autores de toda la provincia, gracias a actividades como recitales, conciertos y encuentros como los que lleva a cabo con el nombre de Encuentro de verdes escritor@s y creador@s.

Por último, quisiera hablar de la librería La parada. Es una suerte que hayan decidido ubicar aquí este elogio (y no creo que sea una casualidad, porque yo no creo en las casualidades). Verán: Juan y su equipo son el mejor ejemplo de la importante tarea que llevan a cabo las librerías, tanto las grandes como las medianas y las pequeñas. Esta librería lleva abierta 43 años y, como un corazón, lleva 43 años latiendo al servicio del cuerpo al que pertenece: el pueblo de Punta Umbría. Aquí se venden, como es habitual en las librerías de localidades pequeñas, tanto material de papelería como prensa y literatura pero, además, se hacen presentaciones y se promueve el contacto y el diálogo entre los autores y los lectores, con una sección de autores locales de cuya excelente salud da buena cuenta los numerosos títulos que la componen.

Quisiera despedirme recordando una de las muchas maravillosas citas que decoran la biblioteca del instituto donde trabajo y que tengo la suerte de ver todos los días. En esta
época de prisas, desinformación y posverdades, conviene que nos paremos un momento a respirar y, como ciudadanos libres y responsables, nos formemos nuestra propia opinión sobre los temas que nos ocupan la vida. Ya lo decía D. Miguel de Cervantes: «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Venid, venid y disfrutad de las librerías y de los libros. Venid y leed. Porque leer es viajar, y viajar es vivir.

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