Inesperadamente, ya de noche
ha llegado de afuera hasta mi oído
una voz de mujer. Y sus palabras
amargas, dichas por la radio triste,
fueron llenando el cuarto que es mi vida.
Abrí los ojos. Más allá del techo
cerrado de este cuarto, más allá
del cielo negro, inmóvil, de noviembre,
han de brillar, girando, las estrellas.
Y, visto este pensamiento inútil,
inútil y banal, como el querer
ser otro, lentamente, fui soñando
que era un náufrago, un ancla y que me hundía,
que me hundía en las aguas sin fondo de esa voz.