La pequeña mujer a quien le suelo
comprar la fruta cada día, hoy,
no ha venido hasta la plaza. Dicen
que no vendrá ya más hasta la plaza.
Movido por el hábito, interrogo
-sucede que soy hombre de costumbres-
en un puesto cercano, al vendedor,
si no tendrá melocotones buenos.
¿Melocotones, me pregunta, rojos
o amarillos? Usted dirá. De cuáles.
– Y mi respuesta me revela entonces
qué poco me conozco. La razón
de mi fracaso en esta vida y otras
futuras, si de cierto las hubiera.-
Démelos como sean. De los buenos.