Espero una llamada importantísima.

Una llamada de verdad urgente.

Llevo siglos enteros esperándola.

Después de tanto tiempo con la idea

hurgándome debajo de la piel,

debiera haberme acostumbrado un poco.

Y, sin embargo, sudo como suda

la novia ante el altar, de blanco y sola.

Nervioso, me levanto de la silla

y paseo, nervioso, por el cuarto.

¿Si me quieren llamar, por qué no llaman?

Miro el teléfono continuamente.

Una y otra vez, miro hacia el teléfono.